Las hormonas gastrointestinales son, bajo todos los conceptos, hormonas propiamente dichas. Sin embargo, hasta hoy no han sido completamente aceptadas en el campo de la endocrinología. Esta resistencia a su aceptación es paradójica ven tres aspectos: las bases científicas de la endocrinología se establecieron con el descubrimiento de una sustancia gastrointestinal, la secretina, gracias a la cual se introdujo el término “hormona”; el intestino es el mayor órgano productor de hormonas tanto en término de número de células endocrinas como en número de hormonas; la amplitud de expresión de los genes de las hormonas gastrointestinales fuera del tracto gastrointestinal confieren a las mismas un carácter de regulador multifuncional, de hecho, pueden actuar al mismo tiempo como metabolitos hormonales agudos, como neurotransmisores, como factores de crecimiento
o como factores de fertilidad.
El concepto básico de endocrinología fue descubierto en 1902 por los fisiólogos británicos William Maddox Bayliss y Ernest Henry Starling siguiendo la observación de Pavlov y sus colegas de que la acidificación del tracto gastrointestinal alto resultaba en la secreción de un jugo pancreático. Bayliss y Starling extrajeron una sustancia de la mucosa duodenal que, inyectada en el torrente sanguíneo, estimulaba la secreción de bicarbonato independientemente de que el páncreas estuviera inervado o no. Llamaron a esta sustancia “secretina”. No obstante, en 1905 Starling propuso la palabra hormona como designación general de los mensajeros químicos del torrente sanguíneo. El mismo año John Sydney Edkins descubrió otra sustancia hormonal en extractos de la mucosa
antral que estimulaba la secreción ácida gástrica, a la que llamó “gastrina”. De esta forma las dos primeras hormonas
descubiertas en la historia fueron ambas gastrointestinales.
En las siguientes décadas la endocrinología experimentó un gran desarrollo con el descubrimiento y aislamiento de las hormonas esteroides, pituitarias y de la insulina. Debido a las grandes implicaciones clínicas de estos hallazgos el interés por la secretina y la gastrina se redujo al ámbito gastrointestinal, y sólo unos pocos fisiólogos mantuvieron el interés por el control hormonal de la digestión.Uno de ellos fue Andrew Ivy quien en 1928 encontró la evidencia de una hormona que estimulaba la contracción de la vesícula biliar en un extracto del intestino delgado, a la que llamó colecistoquinina