El tracto gastrointestinal realiza una amplia variedad de funciones: transporte del contenido intraluminal, secreción y absorción de iones, agua y nutrientes, control del flujo sanguíneo local, defensa frente a patógenos y eliminación de desechos y sustancias nocivas(1). A diferencia de otros órganos, el intestino es capaz de desarrollar estas funciones incluso aislado del resto del organismo, lo que se debe a la existencia de un sistema nervioso propio, el sistema nervioso entérico, capaz de generar respuestas reflejas tras recibir impulsos desde la mucosa y la capa muscular, integrarlos, y producir la respuesta más adecuada a cada situación. A un nivel jerárquico superior, el sistema nervioso central ejerce un papel de controlador sobre el sistema nervioso entérico, modulando su respuesta.
El movimiento del contenido intestinal desde una región a otra es el resultado de la contracción coordinada de la capa de músculo liso, controlada por los nervios intrínsecos del sistema nervioso entérico y modulada por hormonas locales y nervios extrínsecos(2). Básicamente consiste en contracciones y relajaciones de la musculatura lisa intestinal que siguen un patrón organizado, existiendo una especialización regional con zonas de propulsión rápida, depósito, trituración mecánica, liberación controlada, mezcla, dispersión y expulsión(3).
Por tanto, para entender la motilidad del tubo digestivo es necesario recordar la anatomía del mismo, los controles neurológicos central y entérico, y los mediadores químicos que intervienen.